Las mujeres del mendocino Roggerone

Es uno de los grandes creadores del arte mendocino y en su obra se mezclan las tradiciones de la América colonial con las iconografías orientales para dar vida a un mundo lleno de poderosas figuras femeninas.
Las mujeres de Roggerone tienen los ojos entornados y de sus cabellos pueden salir racimos de uvas, copas de vino o destellos angelicales. Mezclan en su estilo a Oriente y Occidente; mestizas, morenas, con un ojo hindú en el medio de la frente o la cruz católica en la mano: la transculturización puesta al servicio del arte. Son vírgenes, reinas, mozas. En definitiva, mujeres.
“Creo que la mujer es mucho más bella para verla en una pintura que un hombre, tiene más sensualidad. He pintado mucho sobre la Virgen, pero conceptualmente basándome en la madre”, relata.
Sergio Roggerone tiene hoy 46 años. Y es una de las joyas más valiosas de la plástica mendocina, con un preciosismo que algunos tildan de barroco. Como una marca de agua, Roggerone rinde homenaje a su Mendoza natal en cada una de sus pinturas. Ese haber domado el desierto para convertirlo en oasis de sus co-provincianos, ese haber transformado lo seco en fértil, se percibe en esa devoción por la vendimia, la vida, las mujeres y su fertilidad. Y el tesón, en su perseverancia: “Yo creo que más que un referente, soy un gran laburante”.
Sergio recuerda que, a los 6 o 7 años, como sus padres trabajaban todo el día, se quedaba en lo de su abuela y ella le compraba pinturas y papeles o cortaba pedazos de sábanas para que él pintara. “Ella lo hacía básicamente para entretenerme”, suele contar.
Pero el sendero se aclaró definitivamente, cuando cursando la carrera de Arquitectura, cuando tenía unos 18 años, se cruzó con otra mujer importante, La Maga. “Mi padre compra un departamento en el centro de la ciudad, en Rivadavia y Patricias Mendocinas y yo paso por la esquina, donde había una casa muy vieja, de una gran decoradora mendocina, la Maga Correas. Golpeo la puerta porque veo un vitraux de un santo. Quería saber si vendían unos faroles y allí conozco a la Maga, un ser extraordinario, tendría 60 años en ese momento y una casa fabulosa con antigüedades, muebles, me hice muy amigo de ella”, recuerda.
Y agrega: “Fui una especie de hijo que no tuvo. Una vez por semana, nos dedicábamos a estudiar un arquitecto o un pintor; otra vez por semana veíamos cine, alquilábamos películas en VHS y comentábamos y aprendí muchísimo. Mi universidad fue esa”.
Por aquel entonces, ya se había aventurado a irse para Europa, donde conoció a un restaurador que le dio herramientas valiosísimas para futuras técnicas. Ya de vuelta, Sergio gana el premio Günter de pintura que otorga el CAyC (Centro de Arte y Comunicación). “En las bases decía que la obra debía tener máximo dos metros por dos metros. Como no tenía tiempo, presenté un cuadro de 2 metros por 20 centímetros. Gané la medalla de plata de la Asociación Internacional de Críticos de Arte”.
El cuadro aquel fue bautizado como El gran Guiñol. “Eran pequeños personajes con fondo dorado. Había malabaristas, bicicletas… Me ayudó a poner el nombre la Maga”.
Vírgenes y mujeres mozas
“Un día charlando con la Maga, en su calidad de decoradora, me dice: ‘¿Sabés qué no hay? No hay una buena Virgen, bien pintada’. No hay una imagen que pueda poner sobre una cama, por ejemplo. Y yo la hice”, explica. Así, con apenas esa frase de su mentora, se lanzó a darle forma a una figura que marcó su estilo único. “Ahí, empecé a hacer la Virgen de la Carrodilla y del Vino. Y de la uva…”. Dice que hoy, ya cuarentón, está maduro en su arte, que los pintores crecen y van cambiando en pos del equilibrio artístico. Pero más allá de eso, sigue fiel a ese imaginario religioso. “La imaginería está enfocada a la Virgen como Madre Tierra, como Pachamama, como fertilizadora”.
En cada obra, este artista ha sabido mezclar todas y cada de una de las experiencias de sus viajes. “Entiendo que lo que hago es una transculturización. Mezcla de fusión de culturas. Yo he observado mucho, de todo lo que leo, pienso, lo que siento, tengo la facultad y libertades de poder hacer, dentro de las leyes del respeto, a la Virgen, atribuyéndole cosas que sean valiosas”. Y agrega: “Los imagineros del Alto Perú, en la época del Virreinato, también lo hacían porque con sus manos indígenas trataban de interpretar la cultura española”.
En su casa, de paredes blancas, azulejos y reliquias traídas en sus viajes, construyó su reino, su amplio taller, donde suena música instrumental. Y es allí donde construye su arte. “Pinto como diez cuadros a la vez. Y como el óleo demora en secarse, empleo una técnica que consiste en dejar secar las capas de óleo, trabajando mientras en otros cuadros, y a medida que retomo los cuadros secos, voy poniendo otras capas. Pero rasco con una herramienta para que aparezcan las capas sucesivas de colores, y, al estar seco, la vibración de color es distinta”.
En estos días, Roggerone anda metido en una muestra que realizará en Chile sobre los perfumes de los jardines. “Estoy trabajando con una perfumista, y la idea es que cada cuadro huela. Va a haber una campana al lado de cada obra, que la gente va a levantar y va a poder oler un aroma embebido”.
Y la cosa sigue: “Para febrero, organizo una muestra en mi galería que hago todos los años, con una fiesta cuando empieza Vendimia y le rindo culto a la Virgen de la Carrodilla, que es la que cuida nuestras cosechas”.
Fuente: http://www.rumbosdigital.com/secciones/notas/las-mujeres-del-mendocino-roggerone